- El Atlético recurre al carácter para remontar un tanto de Eliseu en la primera parte.
- Los de Simeone se jugarán la Champions en la última jornada.
Era
una noche extraña en Madrid. La espectación por Bucarest y el enfado
por el último pinchazo del Atleti se entremezclaban en un estadio que
albergaba el último día como colchoneros de dos grandes capitanes;
Antonio López y Perea.
Mientras
tanto, el Málaga suspiraba por la histórica cuarta plaza que da opción a
jugar la Liga de Campeones, trofeo que nunca ha disfrutado la grada
andaluza.
Simeone
no reservó nada ante un rival directo por las aspiraciones europeas,
salvo Arda Turan, todos los habituales formaron en el once inicial. La
lluvia empapaba el césped, como en los heróicos ocasos de los años
setenta, donde Luis Aragonés y Gárate encarnaban la fuerza que imprime
el equipo local desde su creación.
Cuando
Muñiz Fernández pitó, se acabaron las banalidades y comenzó el
espectáculo. Cazorla y Joaquín controlaban la pelota como si de dos
jugadores virtuales se tratase, dejando en evidencia las carencias de un
equipo que tiene tantos errores como calidad.
Así
llegaron las ocasiones, todas propiciadas por disparos lejanos que
cualquier conjunto de primera división se habría encargado de evitar con
dobles marcajes, pero que el Atlético no hizo.
Tras
muchos acercamientos claros, llegó la mejor ocasión del partido, donde
Adrián galopó por la banda, se pausó y le regaló el gol a Falcao, que
eligió el peor momento para fallar a puerta vacía, ya que un minuto más
tarde, cuando el peligro se había alejado del área rojiblanca, Eliseu
disparó sin miedo desde lejos para poner el primero.
Eso fue todo lo que se puede resaltar hasta el descanso; un Málaga atrevido y un Atlético cobarde.
Se
confiaron los andaluces, que no tuvieron en cuenta que precisamente al
entrenador local es la cobardía lo que menos le gusta, y fue lo que
corrigió en el descanso. Su equipo salió a por todas, encerrando a los
de Pellegrini en su campo, como antes de la llegada del jeque y el
dinero.
Pero
no era suficiente, lo que necesitaba el Atleti para culminar la gesta,
era la entrada de un canterano. Koke fue el encargado de revolucionar la
medular y crear peligro, pero viendo que ni por esas entraba el balón,
voleó el esférico a la salida de un córner y reactivó la esperanza de
sus compañeros.
Sólo
tuvo que aparecer Courtois en una ocasión desde eso, para parar a Seba
Fernández en una contra. Todo le empezó a salir bien entonces a los colchoneros, que, empujados por el Calderón, vieron la Champions al final del túnel.
Era
el momento de Adrián, ese joven que saca de todos los apuros a su
equipo. Recogió una dejada de Falcao, desaparecido y con la mente en
Bucarest y clavó a Kameni con una finta de crack para poner a placer el
2-1.
La
fiesta estaba en la grada, y esta vez, nada que no fuese la tormenta la
aguaría, ya que el gol de Camacho fue anulado por el árbitro pese a las
protestas de los visitantes.
Terminó
la contienda y comenzaron las celebraciones en la semana previa al
partido del año para los de la capital, que se fueron ayer a casa a dos
puntos del objetivo que tan claro vio el Málaga ayer, pero que no pudo
ni con los nervios, ni con el miedo escénico. La gloria se decidirá en
el último momento.
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